Siempre hemos escuchado acerca
de proponerse metas, ya sea económicas, profesionales, escolares,
deportivas o de cualquier tipo. Recuerdo a mucha gente mencionar esos
temas desde que era yo un niño y de eso hace ya mucho tiempo. Nos decían
de lo bien que nos sentiríamos cuando alcanzáramos las metas, de esos
sentimientos de orgullo, de satisfacción, de alta autoestima; lo malo es
que nadie nos decía de lo mucho que tendríamos que luchar por ello, de
las cosas a las que debíamos renunciar, del tiempo que debíamos
invertir, de todos esos sacrificios que en verdad no estábamos
dispuestos a hacer y que de haber sabido que era tan difícil hubiéramos
renunciado desde el primer instante. Es como si nos hubieran estafado de
lo más fácil con palabras bonitas. Sin embargo si en vez de renunciar,
seguíamos adelante, aprendiendo de cada paso dado y reconociendo
pequeños logros que por muy pequeños que fueran al colocarlos todos
juntos significaban un salto muy grande de donde estábamos al inicio,
entonces empezábamos a entender el verdadero significado de la meta, del
trabajo y del esfuerzo.
Quizás
esto suene mucho a historieta cómica o parezca sacado de una película,
así que lo trataré de poner en una perspectiva que pueda entenderse
mejor.
Crecí
en un lugar y una época libre del internet, dejo esto para que los de
esa generación lo entiendan aunque suene a la edad de las cavernas para
los más jóvenes. Regresando a la historia, como todo niño cada vez que
veía un árbol, pensaba en la oportunidad de escalarlo, veía una escalera
y quería subir por ella, veía una colina y pensaba en como sería la
vista de ese lugar tan alto, para un niño una altura de 1 metro es una
montaña, veía una bicicleta y me imaginaba a toda velocidad sobre ella
aunque en ese momento no supiera como conducir una.
Cuando
íbamos de paseo, ya cansado de caminar hacia la famosa pregunta “¿ya
vamos a llegar?” o “¿falta mucho? Estoy cansado”, sin embargo cuando al
final llegábamos a nuestro destino, era como si por arte de magia
se me olvidaba el cansancio y empezaba a correr a caminar a jugar futbol con los demás del grupo y
explorar todo el lugar, lleno de nueva energía . ¿Les suena
conocido esto?
Cuando
aprendí a conducir en bicicleta lo hice sin guantes, casco, rodillera,
coderas y todas esas protecciones que conocemos hoy, recuerdo aún, pero
ahora con una sonrisa y no con dolor, las tantas veces que choque con el
posteado eléctrico, con autos que estaban parqueados, contra la pared,
de las caídas, raspones y golpes. Después de una acumulación de
experiencias gratas y no gratas, logré conducir bicicleta, no faltó un par de
veces que fui al trabajo en bicicleta recorriendo más de dos horas desde
mi casa al trabajo, conduciendo por la ciudad enfrentándome al tráfico.
De
esta habilidad puedo mencionar la satisfacción que sentimos cuando
empezamos a hacer escaladas en bicicleta, vemos una pendiente y aunque
tenga solamente 100 o 200 metros de largo, nos parece como si fuera una
gran montaña. La primera vez que lo intentamos no alcanzamos la mitad de
la pendiente, ¿pero acaso nos damos por vencidos? ¡Claro que no!
Seguimos intentándolo una y otra vez, sentimos que las piernas están a
punto de explotar, nuestras manos parecieran que quieren arrancar el
timón, vamos sudando como una fuente de agua, vemos el final de la
pendiente y pensamos que estamos tan cerca, que falta poco y cuando nos empiezan a fallar
las fuerzas, recurrimos a la legendaria estrategia de conducir en
zigzag, cuando alcanzamos la cima, cuando damos ese último empujón sobre
el pedal, pasamos de dar todo lo que tenemos en ese último esfuerzo a de pronto pedalear sin ningún esfuerzo en la cima de la pendiente, en la cima de
la colina, experimentamos una sensación de satisfacción que miramos
hacia abajo de la pendiente y pensamos que valió la pena el esfuerzo,
nuestra respiración se relaja y disfrutamos de la vista dese la cima.
Valió
la pena el caerse muchas veces al aprender a manejar, valió la pena el
seguir manejando, valió la pena el intentar alcanzar la cima sin
lograrlo porque cada vez fue un entrenamiento y cada vez llegamos un
poco más alto que la anterior, valió la pena, ¡SI!. Pero y ahora que
alcancé la cima ¿Qué? Desde ese punto vemos otras cimas más altas a
nuestros alrededores y no me dejaran mentir, nos propusimos la meta de
subirlas también.
Muchas veces hemos olvidado ese niño que no se dió por vencido hasta alcanzar la cima de la colina y lo hemos reemplazado por un adulto que al menor problema abandona la lucha. Nunca dejemos de proponernos metas, a corto, mediano o largo plazo, cuando luchamos por ellas nos convertimos en mejores personas y aprendemos cosas de nosotros mismos que no sabíamos que éramos capaces de hacer.
En otra ocasión escribiré mas de este tema.