Si pudiera escribir todo lo que
pienso… sería un peligro, sería una bendición, sería impropio, sería
ofensivo, sería vulgar, sería sentimental… sería yo mismo. No se puede
escribir sin dejar plasmado algo de lo que somos, así como nuestra forma
de hablar, de pronunciar y entonar las palabras, la forma de escribir,
de escoger las palabras y el sentido de los párrafos, deja ver algo de
nosotros mismos. Claro que el escritor y el orador siempre esconden algo
a sus lectores y oyentes, ya que al hacerlo para un público debemos
conducirnos de acuerdo al mensaje que queremos dar.
Hoy
me gusta hablar en público, no es un don que tenga por naturaleza, sino
algo que se fue afinando con la práctica. Me ha gustado hacer el papel
de loco que al hablar al frente de las personas hace énfasis en las
emociones propias y ajenas, utilizando el lenguaje corporal o mímica
para resaltar o minimizar el sentido de las palabras. Me gusta hablar
con ejemplos, a veces algunos parecen ridículos e infantiles, pero creo
que es la mejor forma de hacerme entender. Si pregunto cuantos han hecho
algo vergonzoso, me pongo como el primero en decir que lo hice o que
estuve a punto de hacerlo, para que los oyentes no lo vean como una
vergüenza sino como participes de las travesuras que hemos hecho.
He
visto como ciertos oradores utilizan un lenguaje muy elevado en sus
presentaciones, algunos lo hacen inconscientemente y otros
conscientemente. Los que lo hacen conscientemente les llamo personas que
tienen tan poca autoestima y débil personalidad que necesitan que otros
los vean como personas que saben mucho y quieren dar esa imagen
utilizando palabras que hasta en el diccionario serían difíciles de
hallar. Los otros, los que lo hacen inconscientemente, lo hacen porque
aún están el proceso de afinar la habilidad de hablar en público.
Recuerdo que una vez mi pastor vino a escucharme en un grupo de estudio
Bíblico y al terminar la reunión me dijo “estás utilizando un
vocabulario muy elevado, debes bajarte de nivel para que la gente sienta
el mensaje”, por un momento me pregunte de que me hablaba, según yo
estaba hablando de forma normal. Fue entonces que empecé a preguntar a
ciertas personas que confiaba me dirían la verdad y para mi sorpresa me
dijeron que era cierto.
Cuando
empecé a dar clases a niños en la iglesia, me di cuenta que si quería
que ellos me entendieran tenía que romper la barrera de la edad y hablar
en un lenguaje mucho más sencillo. Inicié mi etapa de maestro de niños a
la edad de 17 años, siempre trabajé con la de edad de 9 a 11 años, como
una forma de motivación no les decía niños sino jóvenes y señoritas.
Dio resultado. Durante 20 años, con algunos años de descanso a
intervalos, me desarrolle como maestro en la iglesia. Esta etapa de mi
vida me ha dejado muchas satisfacciones, aunque también algunos
recuerdos no tan gratos, no por los alumnos, sino de mi mismo, de mis
fallos como maestro.
Debo
confesar que algunas veces me gustaría regresar a ser maestro
nuevamente y seguir hablando con jovencitos de esa edad, pero me doy
cuenta no hay muchos maestros de iglesia de mi edad trabajando con la
clase de 9 a 11 años de edad. Ahora tengo otro reto por delante y es el
de escribir mis ideas, no es tarea fácil, especialmente para alguien
como yo que nunca le ha gustado escribir, es una nueva etapa que esta
iniciando y que empiezo a disfrutar….