Tomando decisiones y a dónde nos llevan. Parte 1.





¿Cuántas veces es posible reinventarse uno mismo?
¿Es necesario hacerlo?

La verdad es que todos podemos decir que no somos los mismos que éramos hace 20, 10 o 5 años. Incluso, algunos opinan que no son los mismos que hace un año. Escribo este blog hoy lunes 1 de enero de 2018, época que muchos aprovechan para evaluar lo que han hecho o no durante el año que pasó y plantearse nuevas metas o volver a intentar las cosas que no salieron bien para este nuevo año.

Cuando en esencia somos los mismos, lo cierto es que algunos cambios hemos tenido, en mayor o menor medida. Todo depende de nuestras propias decisiones, si queremos cambiar, pero no hacemos nada para hacerlo, no pasará nada. Pero si hacemos una decisión, lo cual implica acción, por muy pequeña que sea, habrá un cambio real al final. 

Somos producto de nuestras propias decisiones, somos nosotros quienes decidimos que hacer con lo que tenemos y con lo que sabemos. Todo los que nos rodea es solamente el escenario en el cual se narra nuestra vida, son decoraciones que, si bien pueden influir en nuestras vidas, somos nosotros el personaje central de esta película llamada vida.


Años de niñez y adolescencia

Me veo siendo un niño de 10 años, decidiendo como enfrentar la vida ante la pérdida de mi padre. Aunque inconsciente de muchas cosas, tuve que decidir entre ser o no buen estudiante para alegría de mi madre. Dar lo mejor de mi y demostrar que podía seguir adelante.

Me veo a los 11 años obteniendo una beca, gracias a las notas obtenidas en la escuela, para continuar con mis estudios de secundaria en una escuela militar, pero primero debía pasar los exámenes de admisión. Si los pasaba, obtendría una beca consistente en ayuda económica más todos los gastos de matrícula y útiles cubiertos. Recuerdo a mi madre preguntándome si quería entrar, me dijo que no sería fácil, pero le dije que sí. Pasé todos los exámenes con notas arriba de 95. El único que no pasé fue que uno de los requisitos era tener una estatura mínima de 1.40 metros. Yo medía 1.36.

Me enfrenté a la decisión de dónde estudiar, por conveniencia me propusieron estudiar en la misma secundaria que mis primos. Exacto, mi madre nunca decidió por mí, siempre preguntó mi opinión. Accedí y entré en dicha secundaria.

A 12 años, se me planteó la posibilidad de solicitar una beca del gobierno, una ayuda económica mensual que no era mucho, pero ayudaba con los gastos de matrícula, libros y transporte. Acepté el reto y tomé los exámenes de rigor. Pasé todos los exámenes con sobresaliente y a partir del segundo año de secundaria ya tenía la beca.

Al terminar el tercer año de secundaria, ya con 14 años, debí tomar la decisión de qué y dónde deseaba estudiar bachillerato. Me atraía la electrónica y la computación, en dichos años no había muchas opciones para ello, era el año de 1986. Si decidía estudiar electrónica, debía estudiar en una escuela privada y perdería la beca del gobierno. Así que decidí por una escuela pública, la única escuela pública que ofrecía computación en esa época también tenía exámenes de admisión. Le dije a mi madre que allí deseaba estudiar. Recuerdo que me preguntó si era eso lo que realmente quería, le dije un firme SI.

Sin tener un plan B, una segunda ni tercera opción siquiera, tomé los exámenes. Nunca me pregunté que haría si no pasaba, en mi mente estaba claro que en esa escuela estudiaría. Varias personas le preguntaron a mi madre que pasaría si no lograba entrar, ella calmadamente decía que yo sabía lo que hacía. No solo respetaba mi opinión, sino que también confiaba en mí. El día de los resultados llegó y para mi propia sorpresa, era el número uno en la lista de aprobados.

Mantuve la beca del gobierno hasta mi graduación, dos años después. Tenía 16 años al graduarme. Y me enfrenté a otra decisión, sí, universidad. Qué y dónde estudiar.

A todo esto, desde que tenía 14 años se me presentó la posibilidad de trabajar en vacaciones. Lo hice y con el dinero que ganaba podía cubrir los gastos de libros que no alcanzaba a cubrir la beca. 



Época de juventud

En 1988 con 17 años, entré en facultad de ingeniería de la universidad pública de mi país, Universidad de San Carlos de Guatemala. Era una época un poco delicada, aún había guerra civil, guerrilla y gobierno. Se consideraba a la universidad como un nido de ideas revolucionarias y durante mi primer año de universidad, varios lideres estudiantiles fueron secuestrados y algunos no aparecieron jamás. Sin embargo, mi deseo de ser un ingeniero no desmayó, al contrario, para mí era un reto que podía salir adelante.

Durante el segundo año de universidad me vi ante la decisión de trabajar a medio tiempo para ayudarme con mis estudios. Sabía que eso afectaría mi desempeño como estudiante, pero era algo necesario. Empecé en una fabrica textil llevando el control de la producción en la computadora. Con 18 años, era responsable no solo del control de producción, sino también de inventario de máquinas y repuestos, planilla y personal. Dicha experiencia me ayudó sin saberlo en ese momento, a comprender mejor como se maneja una empresa. Estuve en esa fábrica por dos años y medio.

Por cosas del destino, dejé la universidad y empecé a trabar a tiempo completo en diferentes empresas. Como maestro de computación y lógica matemática en una secundaria por un año. En una empresa de cable tv, como responsable de planilla, cobros, personal e inventario, por un año.

Fue entonces que se presentó otra oportunidad, la empresa de telecomunicaciones ofrecía becas para una capacitación, una serie de cursos que para aquellos que finalizaran exitosamente, entrarían a formar parte de las filas de la empresa en el área técnica. No lo pensé mucho y solicité dicha beca. Nuevamente exámenes de admisión, esta vez los exámenes eran de matemática, física, lógica y relación laboral. Mis dos años de universidad me habían preparado para ello, más la experiencia laboral que tenía me ayudó a pasar el de relación laboral.

De 500 solicitantes, entramos 50. De estos 50, nos graduamos 30. Decisión tras decisión, había llegado a trabajar en la empresa más grande de Guatemala, con más de 7,500 empleados. Entré en el departamento de teléfonos públicos, específicamente mi trabajo consistía en dar mantenimiento a los teléfonos públicos, es decir, tenía una ruta ya establecida de 150 teléfonos los cuales debía recorrer caminando o en moto, asegurándome que funcionaran bien. Había pasado de trabajar en una oficina con todas las comodidades, a trabajar en la calle, con una mochila a cuestas llena de repuestos bajo el sol y la lluvia.

En casa me preguntaron si era feliz con ese trabajo, porque el cambio era enorme. Con una sonrisa dije que SI. Recuerdo decir que, si mi sueño era ser un ingeniero algún día, debía conocer esta parte del trabajo. Exactamente, aún conservaba el sueño de ser ingeniero. 

Continuará en la parte 2...
 

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